martes, 8 de diciembre de 2015

La entrevista:

     Desde que todo esto comenzó, casi no he tenido tiempo para contar cuántos boletos de avión he llevado en mis manos, cuantas veces he escuchado la frase “Señor, permítame su pasaporte” o “¿Me puedo tomar una foto contigo?”. La verdad es que no recuerdo cuantas entrevistas he dado, o cuantas veces he dicho mi opinión sobre la paz mundial o la homosexualidad. En realidad esas cosas transitan por mi vida como todos los trenes que pasan por la estación antes de que el que tienes que abordar finalmente llegue. Y aunque mi vida no es más que esto, no puedo evitar no recordarlas.
     Una tarde, después de tanta espera, el tren que me tocaba abordar, finalmente llegó, y esa entrevista, esa pregunta, por la cual curiosamente he recibido tantas ovaciones, es la única que me esfuerzo por olvidar, pero cada vez que lo intento, lo único que consigo es darle más presencia en mi memoria. Todo iba normal, una tarde monótona, en una ciudad monótona que ya había visitado seis o siete veces, una entrevista con promesas de terminar en el olvido después de unas tres horas, y ya está, trabajo hecho, dinero en los bolsillos e imágen construida. Se encendieron las luces, la cámara comenzó a grabar, y unos aplausos coreografiados dieron apertura al programa luego de que una voz invisible gritara acción, después de unos cuantos halagos y un par de comentarios amarillistas, la entrevistadora, quien se sentía bastante cómoda con la confianza que yo no le había dado, se sintió lo suficientemente valiente para lanzar aquel torpedo del cual todavía llevo burusas desprendiendo de mis pensamientos, este torpedo venía con la intención de destruir, pero a la vez de transformar, y disfrazado con la pregunta “Agustín, que es lo mejor y lo peor que te ha pasado en la vida”, colisionó justo con mi rostro. No sabía qué hacer, qué decir, mi instinto de defensa me decía “Actúa, puedes librarte de esta”, pero otro de mis instintos (el más primitivo) quería responder a esa pregunta con la verdad, y no estaría escribiendo esto si mi primer instinto hubiese prevalecido, en cambio, mis hombros se recostaron cómodamente del regazo del sofá, dejé caer mis manos sobre mis piernas levemente cruzadas, mi estómago se llenó de aire, y dejando que mi mirada se perdiera en un horizonte imaginario, esperé a que me llegara el impulso:


     “Lo mejor y lo peor que me ha pasado en la vida...es una muy buena pregunta. No me creerían si les digo que lo mejor y lo peor que me ha pasado en la vida son la misma cosa. Mi primer amor, eso es lo mejor y lo peor que me ha pasado en la vida.”



     Supe por la risa de la periodista, que no se estaban tomando en serio mi respuesta, pero mi mirada la hizo reparar en que jamás había hablado tan en serio en mi vida, y un retroceder de hombros y una cara pálida, me fueron suficiente para entender sus disculpas y continué.



     “Digo lo mejor porque con su llegada, descubrí que existía un mundo que no conocía, un mundo por el cual transitas sobre finos pétalos mientras vas, pero que al retornar solo te espera un valle empinado, del cual solo te librarás si consigues encajarte y sacarte todas y cada una de las espinas. Cuando conocí a esa persona, supe que era la persona indicada, vino con un paquete de calma y dulce paz que mis demonios tanto necesitaban, incluso intercambiamos unos cuantos, decidió cargar con algunos de mis demonios, solo si yo aceptaba unos cuantos de su parte, era un trato, no tan pesado al principio, pero que ahora pesa con la fuerza de mil gravedades ¿Como te libras de demonios ajenos, si ya te es prácticamente imposible librarte de los tuyos? Supe con su llegada, lo que es sonreír como lo hacen los niños mientras van sobre el carrusel, y también supe lo duras que son las noches en vela por un sufrimiento que debería ser ajeno. Descubrí una tonalidad infinita de sensaciones, supe como se vomitan los colores más vivos, y experimenté la sensación de que los colores más tétricos, recorran tus frágiles venas primerizas.  Porque dentro de lo infinito de esas tonalidades, también hay una escala de grises incluída, y aunque estos sean colores que normalmente no se relacionen con el amor, ahí están, esperando a que te descuides para comerse el rosa, el azul cielo, el verde limón, y todo lo que alguna vez relacionaste con felicidad pura. Nunca antes me habían hecho esta pregunta, y si me la vuelven a hacer, espero que no, creo que respondería de la misma manera. Porque esa persona, me enseño lo cómoda que puede ser la vida cuando das sin esperar recibir, pero también me enseñó lo pesada que puede volverse cuando nada marcha según el plan, y la montaña se te viene encima, y la cima no existe. Es la persona que mejor me ha hecho sentir, pero también es la persona que peor me ha hecho sentir. Digamos que un día solo se cansó de cargar con mis demonios, y se marchó. Aún así, volvería a amar, porque estas son cosas ante las que simplemente uno no puede hacerse más fuerte, te enamoras, te ilusionas, y vuelves a caer, transitas por el valle de pétalos, a sabiendas que de regreso te toparas con uno tan empinado, que algunos no logran pasar. El secreto está en cruzar sin pensar en los pesares del regreso, de esta manera es posible que no vuelvas a toparte con ellos.”



     Cuando mis ojos volvieron a la realidad, y vi como las viejas cargas se iban difuminando en el aire, un aplauso ensordecedor me devolvió a ese sofá en el que no quería estár desde un principio, la reacción era increíble. Estaba desconcertado, no podía entenderlo. Y aunque conseguí liberar una parte del antiguo Agustín, ningún ser en la tierra debería aplaudir con tanta euforia ante una respuesta tan patética como esa.



Joe Reyes
Caracas, 5 de noviembre. 2015.

martes, 10 de noviembre de 2015

Mis ganas de quedarme:

Para Claritza Hernández, el primer ser en la tierra que merece la VISA universal. 


    Mil cuatrocientos días van ya desde que las luces opacas de aquel vehículo se encendieron de forma intermitente indicándome que ya era hora, hora de marcharme. Un par de camisas, un sombrero, y unas botas extra eran todo lo que había dentro de mi maleta, también tuve que empacar mis ganas de quedarme, pues sabía que me iban a hacer falta cuando estuviera del otro lado. Al igual que mil recuerdos, que me devolverían el calor, por si alguna vez estaba a punto de morir de frío. No hubo tiempo para consejos, pero en cambio, hubo tiempo de sobra para suplicarle al Dios que llevaba crucificado en el pecho, el resguardo de los míos. Y ya, nadie lloró, nadie se opuso, y solo la luna me observó, perforando aquella linea absurda que se interponía entre lo que era y el hombre que siempre había soñado. Al cual todavía sigo buscando. Mi compañía sigue siendo la luna, ella es la única a la que parece nunca importarle si la persiguen por indocumentada, igual se pasea sin permiso por mi cornisa y me encuentra para demostrarme que esto aún no termina. Pero mis gestos son más muecas que sonrisas, porque allá era alguien que no sabía que existía, aquí no soy nadie deseando existir al menos en alguno de los archivos. Cuando la nostalgia me moja el cuerpo, unos ojos a punto de sangrar, ansían volver a ver la vereda que conduce hasta mi casa, la misma a la que no pertenezco. Aquí todo lo que tengo es esta verdad con tintes de mentira, esta tristeza que me llena la boca de ansiedad y esta esperanza, que pesa pero que aligera la carga. Porque sé que en algún lugar, hay unos abrazos pospuestos desde el día en que decidí marcharme, pospuestos para cuando regrese, si es que algún día decido hacerlo. 

Joe Reyes. 
Maracay, 30 de octubre. 2015.

Carlos Cruz Diez

martes, 3 de noviembre de 2015

Magdalena:

Cuando todas las luces se apagan, ella despierta. Maquilla su ojeras, se viste con la noche, y se pone en manos de la aventura. Cuando se juega con fuego, dentro de nosotros existen dos clases de sentimientos, uno es el miedo a quemarse, y otro es la excitación profunda de ser alcanzado por las llamas. Sea esto verdad o mentira, este no es el caso de Magdalena, en su pecho solo hay obligación, necesidad, necesidad de jugar con fuego para sobrevivir. Que viéndolo de ese modo, también es una forma de morir.  Y ella muere cada noche, mientras trafica besos, vende mordidas y gemidos fingidos. No hay tiempo para preguntarse si quiere hacerlo o no, solo lo hace y ya, no tiene opción. Tampoco hay tiempo para juicios, eso es cosas de manos divinas, las mismas que desde hace un tiempo parecen haberse olvidado de ella. Que nadie se atreva a llamarla mujerzuela, nadie la conoce, incluso ella se pierde a sí misma cada vez más con cada episodio de sexo a escondidas. Además, ella tiene claros sus argumentos, nadie puede mandar en su cuerpo, y mientras el sexo y los sentimientos no se vean involucrados, no hay de qué temer. Su arte consiste en desnudarse, hacer el amor, y ese polvo blanco le ayuda a olvidarlo todo, todo menos ese remordimiento que cuan larva, se come cada día un poco de su alma. Pero no sufras Magdalena, recuerda que antes de ti, ya hubo una, y ella también fue perdonada. Esta es tu vida, con la que mueres por las noches. Pero esas son cosas que ni yo ni los míos podremos entender, porque estamos de este lado de la historia, donde las luces nunca se apagan y las Magdalenas nunca despiertan. Es una lástima, las cosas son menos vergonzosas cuando nadie está observando.


Joe Reyes Caracas, 3 de noviembre. 2015.