martes, 10 de noviembre de 2015

Mis ganas de quedarme:

Para Claritza Hernández, el primer ser en la tierra que merece la VISA universal. 


    Mil cuatrocientos días van ya desde que las luces opacas de aquel vehículo se encendieron de forma intermitente indicándome que ya era hora, hora de marcharme. Un par de camisas, un sombrero, y unas botas extra eran todo lo que había dentro de mi maleta, también tuve que empacar mis ganas de quedarme, pues sabía que me iban a hacer falta cuando estuviera del otro lado. Al igual que mil recuerdos, que me devolverían el calor, por si alguna vez estaba a punto de morir de frío. No hubo tiempo para consejos, pero en cambio, hubo tiempo de sobra para suplicarle al Dios que llevaba crucificado en el pecho, el resguardo de los míos. Y ya, nadie lloró, nadie se opuso, y solo la luna me observó, perforando aquella linea absurda que se interponía entre lo que era y el hombre que siempre había soñado. Al cual todavía sigo buscando. Mi compañía sigue siendo la luna, ella es la única a la que parece nunca importarle si la persiguen por indocumentada, igual se pasea sin permiso por mi cornisa y me encuentra para demostrarme que esto aún no termina. Pero mis gestos son más muecas que sonrisas, porque allá era alguien que no sabía que existía, aquí no soy nadie deseando existir al menos en alguno de los archivos. Cuando la nostalgia me moja el cuerpo, unos ojos a punto de sangrar, ansían volver a ver la vereda que conduce hasta mi casa, la misma a la que no pertenezco. Aquí todo lo que tengo es esta verdad con tintes de mentira, esta tristeza que me llena la boca de ansiedad y esta esperanza, que pesa pero que aligera la carga. Porque sé que en algún lugar, hay unos abrazos pospuestos desde el día en que decidí marcharme, pospuestos para cuando regrese, si es que algún día decido hacerlo. 

Joe Reyes. 
Maracay, 30 de octubre. 2015.

Carlos Cruz Diez

martes, 3 de noviembre de 2015

Magdalena:

Cuando todas las luces se apagan, ella despierta. Maquilla su ojeras, se viste con la noche, y se pone en manos de la aventura. Cuando se juega con fuego, dentro de nosotros existen dos clases de sentimientos, uno es el miedo a quemarse, y otro es la excitación profunda de ser alcanzado por las llamas. Sea esto verdad o mentira, este no es el caso de Magdalena, en su pecho solo hay obligación, necesidad, necesidad de jugar con fuego para sobrevivir. Que viéndolo de ese modo, también es una forma de morir.  Y ella muere cada noche, mientras trafica besos, vende mordidas y gemidos fingidos. No hay tiempo para preguntarse si quiere hacerlo o no, solo lo hace y ya, no tiene opción. Tampoco hay tiempo para juicios, eso es cosas de manos divinas, las mismas que desde hace un tiempo parecen haberse olvidado de ella. Que nadie se atreva a llamarla mujerzuela, nadie la conoce, incluso ella se pierde a sí misma cada vez más con cada episodio de sexo a escondidas. Además, ella tiene claros sus argumentos, nadie puede mandar en su cuerpo, y mientras el sexo y los sentimientos no se vean involucrados, no hay de qué temer. Su arte consiste en desnudarse, hacer el amor, y ese polvo blanco le ayuda a olvidarlo todo, todo menos ese remordimiento que cuan larva, se come cada día un poco de su alma. Pero no sufras Magdalena, recuerda que antes de ti, ya hubo una, y ella también fue perdonada. Esta es tu vida, con la que mueres por las noches. Pero esas son cosas que ni yo ni los míos podremos entender, porque estamos de este lado de la historia, donde las luces nunca se apagan y las Magdalenas nunca despiertan. Es una lástima, las cosas son menos vergonzosas cuando nadie está observando.


Joe Reyes Caracas, 3 de noviembre. 2015.