domingo, 16 de octubre de 2016

Deja Vú:

Por favor no digas nada, deja que en estos cinco minutos que nos quedan, pueda descargar toda la emoción que sentí desde el momento en que te vi entrar por esa puerta, la misma emoción que no tardó en convertirse en angustia al caer en cuenta de que el tiempo avanza, y que al terminarse, te volveré a perder de vista. Es ridículo tratar de contenerme, mi respiración me delata, siempre fuiste mi debilidad, y nunca me preocupé por ocultarlo, posiblemente ese sea el error que más pese en este momento, contigo estaba completamente perdido, ahora, lamentablemente, siempre sé exactamente dónde estoy. Cuando apareciste, lo hiciste por la puerta trasera, con tus aires de superioridad, tus mirada llena de picardía, y esa carcajada escandalosa que llenaba todo a su alrededor. Te dejé entrar, porque con todo eso y más, me enamoré de ti. Permití que te quedaras con mi soledad, con mis malos humores, que supieras lo que me gusta para desayunar, el país que quiero visitar cuando sea grande, lo que hago cuando nadie me está mirando, y hasta que me molesta la bulla cuando duermo. No digas nada, por favor, no lo arruines. Aquella tarde común, mientras nos subíamos a escondidas a la azotea de aquel edificio abandonado, recuerdo cuando volteaste y desde la escalera me preguntaste “¿Si pudieras tener un superpoder cuál sería?” y al cabo de unos tres segundos decidí responderte “Creo que volar” sonreíste, y me miraste al mismo tiempo que decías “Mentiroso, sólo lo dices por salir del paso” y es que me conoces tanto que sabías que jamás creí en esas cosas, en cambio tú me miraste y dijiste con ese brillo en los ojos que tanto amaba “Yo pediría que tanto tú, como yo, seamos invisibles. Porque así podríamos venir aquí siempre sin tener que escondernos”. Si hoy me hicieras esa pregunta de nuevo, te diría que odio que el tiempo pase, que mi superpoder sería congelarlo, y que combinandolo con tu superpoder, seríamos invencibles, pasariamos horas en nuestro mundo. Amabas ese lugar, me decías que te hacía sentir alta, más cerquita de alguien que te estaba esperando en el cielo. Todavía no logro explicarme cómo es que cuando no estabas allí no te sentías alta, siempre lucias inalcanzable, no importaba cuantos problemas hubiesen a tu alrededor, siempre estabas perfecta, tu sonrisa no desaparecía y tus ojos resplandecían con más fuerza. Hoy se cumplen tres meses que visito esta azotea sin faltas, en algún momento ibas a necesitar venir aquí y tendría la suerte de toparme contigo, de volver a verte. Siempre fui malo con mi memoria, eso es algo que también sabes, no puedo recordar ni lo que comí hace dos días, pero tu olor sigue tan nítido como la última vez que estuve pegado a tu cuello, memorizando. Te has puesto más bella, tu aspecto radiante deja en completo ridículo la languidez de mi aspecto. Gracias por darme esperanzas, por demostrarme que los milagros si existen, tú eras mi milagro, aunque terminaste siendo uno bastante distinto, gracias por enseñarme a amar la vida, aunque tampoco he podido seguir haciendolo como me enseñaste. Porque ella es la misma que no me permite estár contigo. Por favor, no digas nada, no me gusta el ruido al dormir, ya se acabaron los cinco minutos, y el despertador es un despiadado conmigo.

 Joe Reyes. Caracas, 2016.

2 comentarios: